Vagabundo
- ©Carlos H. Armas
- 23 ago 2016
- 1 Min. de lectura
El hombre descansa, lo único que desea es lo que trae puesto. Entronizado en la acera, mira pasar a los esclavos con sus trajes impecables, sus caras largas y el bolsillo hambriento. Hoy celebra otro día, con un trozo de pan. Su cabello de estropajo no requiere champú sino aire. Él mismo se ha ido haciendo aire de nuevo.
Todos los días camina hasta sentir como clavos en las plantas de los pies; se sienta a repasar el paisaje citadino; él es el único que ha notado que los árboles envejecen. Después de un trecho se cansa, y se detiene a observar a esas prisiones que ruedan, a esos muertos que corren, y se pregunta a dónde irán con tanta prisa. Escoge una banca para sentarse, y se siente afortunado por mirar el ocaso, mientras acaricia un perro al que le convida la mitad de su pan. Los dos se recuestan. Él cierra los ojos, estira las piernas, duerme, sueña con ella.

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